OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Había más interés en saludar a Rivera que al monarca"

Han ido los operarios con un aparato de medir temblores al monumento a Colón en Barcelona y se confirma que al almirante no le ha entrado la tiritona. Tranquil, Cristóbal, tranquil. Que no va a venir Ada Colau a desahuciarte de la columna para poner en tu lugar a Moctezuma.

Carlos Alsina

Madrid | 13.10.2015 08:08

Desde que la alcaldesa dijo esto del Doce de Octubre es celebrar un genocidio estaba el pobre Colón inquieto. Por si se lanza la señora Colau a declarar Barcelona ciudad anticolombina y retira la estatua de Colón como hizo con el busto del rey Juan Carlos. Si Artur Mas se entretiene emitiendo su juicio histórico sobre la guerra de sucesión de hace trescientos años, no se va a entretener la alcaldesa emitiendo su propio juicio sobre la llegada de los españoles a América hace quinientos. ¡Genocidio!

Tal vez la pregunta que deberíamos hacernos es qué importancia tiene lo que piense, en realidad, Ada Colau del descubrimiento de América. Por qué habría de importarnos más que lo que piense Willy Toledo. O el alcalde Kichi, por más licenciatura en Historia que éste tenga. Si hace un año Ada Colau hubiera hablado del Descubrimiento —-igual hasta lo hizo—- no habría pasado de ser la opinión, ciertamente discutible (los totonacas y los txacaltecas se la habrían discutido mucho) de una señora cualquiera. Un año después es alcaldesa y sigue teniendo la misma opinión. ¿Y? Es la misma persona. Que su trabajo de ahora sea dirigir un ayuntamiento no la convierte en más versada sobre la historia de América. Como dice Kichi, América ya estaba allí cuando nosotros llegamos. Obviamente. Y decir que la descubrimos es ver las cosas desde nuestro punto de vista europeo. Gran descubrimiento. Pero precisamente por eso él la llama América. Porque los europeos, desde nuestra visión de aquí, le pusimos un nombre a lo que entendimos que era un continente completo. El electromagnetismo también estuvo siempre ahí pero no supimos de él hasta que Faraday se puso a la tarea.

Aparcado el debate (o como se llame) sobre la América de 1500 hasta el año que viene, vamos a lo importante que es la repetición de la jugada que ayer se produjo en Bruselas. La comisión europea dándole un toque al gobierno de España porque se queda corto en el ajuste fiscal para este año y el que viene. ¿Pero esto no lo habíamos contado ya? En efecto, hace una semana. Sólo que entonces fue el comisario Moscovici el que, en plan cagaprisas, salió a arrearle la colleja a Rajoy y ahora ha sido la comisión europea la que ha hecho lo mismo, pero con más diplomacia, en un documento oficial. Que España se pasará de déficit tres décimas este año y siete el que viene.

Lo dijo en primavera la comisión, lo repitió la semana pasada el francés y volvió a repetirlo. Pero obsérvese el milagro que se produjo anoche: donde Moscovici dice que no cumplimos ni en 2015 ni en 2016, Rajoy sostiene que ha dicho justo lo contrario.

Que este año sí y el que viene, por unas décimas. Siete mil millones de euros arriba o abajo. Las decimillas.

Al comisario francés, como seguro que recuerdan, le cayó un chorreo morrocotudo por haberse excedido en su tarea: una cosa es que diga que, según sus cálculos, no cumplimos y otra que se venga arriba y despache los presupuestos como si fueran papel mojado. Que eso lo puede hacer Jordi Sevilla, que aspira a hacerlos él si gobierna Pedro Sánchez, o Garicano, que es el gurú económico de Albert Rivera, pero al comisario francés se le pide que se contenga. Salieron la semana pasada Juncker y el ministro alemán a leerle la cartilla. Aunque los números, como se ve, al final son los mismos. En el PP dicen: claro, como el francés es socialista, está haciendo campaña por Pedro Sánchez. Bueno, Juncker es conservador y ha hecho campaña siempre por Rajoy. En eso están empatados.

¿Y por Albert Rivera quien hace campaña en Bruselas? De momento, nadie. Aunque al paso que va le saldrá también un club de fans en la comisión europea. Rivera es, de pronto, el hombre del momento. El más buscado, dicen los presentes, en la recepción —kedada multitudinaria— del Palacio Real. Había más interés en saludarle a él, y bailarle educadamente el agua, que al mismísimo monarca. Rivera era el nuevo. Como lo habría sido Pablo Iglesias. Sólo que uno tuvo el acierto de personarse en palacio, y ser objeto de atención de una legión de periodistas, y el otro patinó con el postureo y se quedó fuera de la foto. Esta foto de la nueva política española en la que sobresalen, por su altura física, Felipe de Borbón y Pedro Sánchez, con Albert Rivera un poco más chico y con Rajoy contemplando la escena desde su altura también estimable pero sintiéndose, porque lo es, el más baqueteado ya del grupo. Experimentado, dicen los populares cerrando filas con su candidato. Agotado, dicen los adversarios enarbolando la bandera de la renovación de generaciones y caras.

A dos meses y poco de las urnas, Rivera adelanta a Iglesias en las encuestas y le arrebata la condición de político de moda. Le brotan los fans entre la gente que se presume influyente. Groupies donde antes sólo encontraba paternalismo condescendiente. Adversarios políticos que, pelillos a la mar, le acarician el lomo y le llaman socio. Rivera se deja cortejar. Sabiendo que antes de que las urnas hablen, y cada cual sepa cuáles son de verdad sus fuerzas, habrá intercambio de pedradas, ventilador y días de perros. Fingen hacerte ojitios mientras reúnen munición para dejarte tuerto.