Con Olvido Macías

Cuentos chinos: 'Cuestión de honor'

AB, padre en árabe y shat, playa, son dos palabras clavadas a punzón, en los corazones de Samira, Ahmed y de su madre, Asmaa. Habían ido a la playa con el padre, en Dubai y se lo estaban pasando muy bien. Nadia, la mayor, dicen que era la luz de su BABA, su padre, con veinte años ella era pura alegría, pero alegría con pañuelo claro, como manda el santo Islam: un hiyab que no se quitaba ni para bañarse.

Olvido Macías

Madrid | 17.08.2015 11:52

No se sabe que ocurrió, la verdad, pero la muchacha empezó a levantar los brazos, a sentir ahogo, a tragar agua, a gritar con desesperación. Unos socorristas intentaron sacarla del mar, pero el padre se lió a tortazos y a vociferar que antes muerta que impura, que tocada por extraños. Y cada vez era más violento y la niña, iba descendiendo los brazos y después la cabeza y no entendía porque nadie la sacaba del agua, se ahogaba hasta que desapareció. Y La madre en cuclillas llorando, levantando las manos, implorando a Alá y los labios ensangrentados, se mordía con furia y con rabia hacia ese hombre que acababa de llevar la desgracia a su casa.

-“¡Menos mal que había sido detenido!” en esta historia cavilaba Leila que pensaba que el dios de las mujeres se habría llevado a la niña o mejor, la diosa de las mujeres.

Y miró la luna, que estaba brillante y llena, muy llena como esos quesos redondos de cabra de su Tánger y se acordó de sus hijos, de sus nietos, del olor a especias del puesto de su padre y en esas estaba cuando se le sentaron en el banco de la plaza, Mariana y su hija Ginebra. Un nombre, Ginebra, que le pareció gracioso a la mora y que sería sacrílego en el Islam, porque le sonaba a bebida alcohólica.

Leila se moría de calor. Iba tapada de arriba abajo y solo se permitía llevar los pies al aire, pero la verdad, ese calor húmedo malagueño la tenía asfixiada.

De verdad que la luna estaba preciosa y ese, precisamente fue el motivo por el que cristianas y musulmana empezaron la cháchara. Mariana quiso saber cómo aguantaba tan velada con ese sofoco y la marroquí habló del respeto que produce el hiyab en los hombres. Y en ese momento cayó en la cuenta, de que ya no necesitaba ese respeto, ella se lo había ganado ya: viuda, con familia y con trabajo. Fue así como, por primera vez en su vida, sacó su vieja y larga melena de henna negra en público y Ginebra, la niña de siete años se embobó con un cuento de la mora. Y la madre la contrató con referencias, claro. Ahora, Leila no limpia casas ahora se ha hecho contadora de cuentos de princesas sin velos.