TERRITORIO NEGRO

Territorio Negro: Brigada Al Andalus: los hijos del 11M

En estos días de campaña y elecciones está pasando inadvertido un juicio que se celebra en la Audiencia Nacional y que no queremos que se nos escape. Se está juzgando a nueve personas que, según el fiscal, formaban una célula terrorista llamada Brigada Al Andalus, cuyo principal objetivo era captar, adoctrinar y enviar a yihadistas a zonas de conflicto. Así lo hicieron con al menos cinco terroristas, uno de ellos hermano pequeño de uno de los autores de los atentados del 11 de marzo de 2004. El máximo responsable de esta Brigada Al Andalus, según la policía, el juez instructor y el fiscal, era un viejo conocido de la policía española, de los servicios de información europeos y norteamericanos y de mucha más gente…

Luis Rendueles y Manu Marlasca

Madrid | 28.06.2016 18:47

Lahcen Ikassrien nació en un pequeño y muy pobre pueblo de Marruecos hace 48 años. En 1990 llegó a España y pasó tres años en la cárcel de Valdemoro cumpliendo una condena por tráfico de hachís, hasta que en el año 2000 se sintió atraído por el Afganistán de los talibanes porque, según la versión que ha mantenido siempre, le interesaba mucho vivir la religión islámica tal y como la entendían allí. La célula de Abu Dahdah –considerado uno de los fundadores de Al Qaeda en España– le ayudó a realizar este viaje tras un primer intento frustrado porque fue detenido en Turquía. En 2001 ya sabemos lo que ocurrió: los atentados del 11 de septiembre provocaron la invasión norteamericana de Afganistán y Lahcen fue detenido, vendido, según él, a los estadounidenses.

Y lo cierto es que Lahcen fue trasladado a ese agujero de la legalidad internacional llamado Guantánamo. Tras un breve paso por prisiones afganas, Ikassrien fue llevado a la isla de Guantánamo, ya que le consideraron un combatiente extranjero. Pasó un tiempo por Camp Delta y allí fue interrogado por agentes de información españoles, que querían conocer detalles de las células de Al Qaeda en España. Tras tres años y medio allí, en julio de 2005, Lahcen fue enviado a España. Aquí fue encarcelado un año más y en 2006, la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional decretó su libertad provisional y poco después archivó la causa contra Lachen al considerar que las pruebas en las que se basaban las acusaciones contra él no habían sido obtenidas con las garantías que exige nuestro sistema penal.

Y a partir de ese momento, Lahcen Ikassrien se convierte en un símbolo contra las atrocidades de Guantánamo. Contaba su experiencia a quien quisiera escucharle, Amnistía Internacional hizo de él una bandera contra los abusos, fue protagonista de un Salvados y solicitó al España una indemnización de 784.367 euros por los 374 días que pasó encarcelado aquí. Su petición fue denegada y desde entonces poco se ha sabido hasta que en 2011 es detectado por los servicios de información, que abren la operación Gala, que acabó años después con su detención y la del resto de las personas que se sientan estos días en el banquillo de la Audiencia Nacional.

El fiscal Daniel Campos solicita once años y medio de prisión para Lahcen, al que considera autor de un delito de organización terrorista y de otro de falsedad documental, ya que la policía encontró en el registro de su domicilio un permiso de residencia con su foto y a su nombre, pero cuyo número correspondía al de otra persona. Para el resto de los procesados pide ocho años por organización terrorista. Todos ellos están acusados, básicamente, de formar una célula con conexiones internacionales, dedicada a captar y a adoctrinar yihadistas dispuestos a enrolarse en las filas de Daesh o del frente Al Nusra, dos de las organizaciones que actúan en Irak y en Siria. Las principales pruebas para acusarles se obtuvieron en las vigilancias, con el testimonio de algunos testigos –algunos de ellos familiares de los detenidos–, en los registros de sus domicilios y, sobre todo, en la evidencia de que varios de los componentes del grupo lograron viajar hacia esas zonas de conflicto.

Cómo se las ingeniaban para convencer a jóvenes musulmanes de que su mejor futuro estaba en Siria o en Irak. Aquí es donde Lahcen Ikassrien adquiere un papel fundamental. Es un veterano de la guerra de Afganistán, tiene los galones que da haber pasado por Guantánamo, un referente en el yihadismo y es el gran dinamizador ideológico del grupo. El otro hombre importante de la Brigada Al Andalus es Omar El Harchi, el hombre de acción, el encargado de buscarse la vida para financiar los desplazamientos de los futuros mujahidines y el que proveía al resto de la logística necesaria para sus fines. Tan importante era que en 2014, se trasladó a Marruecos para recomponer una célula que había sido desarticulada por la policía de aquel país y dejó al frente de la Brigada Al Andalus a Lahcen.

Es decir, que Ikassrien, con su historial, captaba a los jóvenes yihadistas, los seducía con sus batallitas. Su principal teatro de operaciones era el lugar de España por el que más musulmanes cada día, es decir, el centro cultural islámico de Madrid, la mezquita de la M-30. Allí, en la cafetería de ese centro, Lahcen y los suyos hacían las primeras labores de captación, si bien el proceso de radicalización se hacía en lugares más discretos. La mezquita de la M-30 servía también como centro de recaudación: allí pedían diez euros para la yihad a todos los que pasaban, tal y como se refleja en un cuaderno con anotaciones encontrado en poder de uno de los detenidos.

En casa de Ikassrien, la Policía encontró un diario que era la base de lo que contaba a sus acólitos. Era una especie de autobiografía en la que, recreándose a veces de manera algo excesiva, había escrito sus experiencias en Afganistán. Allí se puede leer, refiriéndose a los hermanos que combatieron con él: “Éramos seis, yo era el emir”. En su domicilio había, además, muchos textos y vídeos justificando la yihad e incluso una consulta que él mismo había hecho a un mutfi –autoridad, sabio islámico– sobre la conveniencia de que él mismo viajase a hacer la yihad.

Sorprende que después de haber pasado una experiencia tan terrible como la de Guantánamo, a este tipo le quedasen aún ganas de seguir hablando de yihad y, sobre todo, que almacenase todo ese material en su casa, que al fin y al cabo ha sido una de las principales pruebas para acusarle.

Y sorprende aún más después de saber que uno de los detenidos en la operación Gala, Nabil Benazzou, que también se sienta en el banquillo, hizo una profunda limpieza en casa porque se debió dar cuenta de que estaba siendo vigilado días antes de su detención. De hecho, la policía escuchó una conversación en la que le decía a su mujer: “hay que sacar toda la mierda que hay en mi despacho por si algún dúa vienen”. Los agentes que registraron días después su casa recuerdan a la mujer española de Nabil diciéndoles: “No van a encontrar nada, ninguna prueba en contra de Nabil. Hemos hecho limpieza”. Sin embargo, a los encargados de la limpieza se les pasó deshacerse de un pen drive lleno de material yihadista…

Qué dice esta gente cuando son detenidos, cuando se sientan delante de un juez, cuando están en el banquillo. Pues, como un choro cualquiera, van en negativa, lo niegan absolutamente todo, según se ha podido ver estos días en la Audiencia Nacional. Todos se declararon “musulmanes del montón”. Lahcen fue el primero que declaró y dijo que él iba a la mezquita a rezar, no a captar yihadistas. No solo eso, sino que sostuvo que tenía fama de chota, de confidente de la policía, y que eso haría imposible que pudiese convertirse en reclutador de muyahidines. Ikassrien además condenó desde el banquillo cualquier forma de terrorismo en cualquier país o región.

Más sorprendente fue el testimonio de alguno de sus compañeros de banquillo, como el de Nabil Benazzou –el que hizo limpieza en casa–. Tras hacer una condena explícita del terrorismo y de la violencia, preguntó al tribunal: “¿Cómo acabar con Bachar al Assad? ¿Con flores?”. Este reconoció que alguna vez se le pasó por la cabeza ir a Siria, pero, matizó, no para hacer la yihad, sino para ayudar al pueblo sirio. Por ese mismo motivo, para ayudar a los civiles, dijo que hacían colectas en la mezquita de la M-30.

Algunos testimonios de familiares fueron importantes para poder procesar a esta Brigada Al Andalus. La mujer de uno de los procesados alertó a la policía de que su marido estaba a punto de viajar a Siria para convertirse en mártir. El hombre, según contó la mujer a la policía, se había radicalizado tras conocer a un tunecino llamado Heidi Ben Youceb, un líder religioso que fue juzgado en Londres tras los atentados del metro y que mantuvo contactos con Lahcen en el año 2013 en la mezquita de la M-30. Además, en el registro del domicilio de otro de los procesados, Abdeslam el Haddouti, la policía encontró un manuscrito elaborado por su mujer, una española con la que tiene dos hijos, que es un perfecto perfil del acusado.

La mujer se quejaba en ese diario del control férreo al que le sometía su marido, que obligaba a los niños a rezar y que no les dejaba ir a la playa, ni al cine, ni poner películas en casa. La esposa de Abdeslam señala en ese diario que a su marido no le gusta la ropa que ella usa, que le impide tener amigos varones, ni salir con amigas ni solas y que solo permite a sus hijos tener libros de contenido religioso. “No aguanto más, me estoy enterrando viva”, dice en una de las partes del diario.

Un verdadero alegato contra el fundamentalismo y el rigorismo de esta gente. Pese a lo que ellos han dicho, lo cierto es que la policía sí ha comprobado que varios yihadistas pudieron unirse a las filas de los grupos que operan en Siria e Irak gracias a esta Brigada Al Andalus.

Hay varios viajes demostrados. Por ejemplo, en septiembre de 2012, Abdelatif El Morabet y Bilal El Helka volaron a Estambul y desde allí lograron entrar en Siria. Omar El Harchi –el líder de la brigada, que luego huyó a Marruecos– pagó 682 euros por los billetes en una agencia de la calle Francisco Silvela. Los dos yihadistas murieron en Alepo cuando formaban parte de una falange operativa o khatiba de Jabhat Al Nusra.

Otro caso demostrado es el de Hicham Chentouf, que contactó en la mezquita de la M-30 con Lahcen. A partir de ese momento, según sus familiares y allegados, hizo la transformación habitual: se dejó crecer la barba, vestía al estilo rigorista islámico y llegó a convertirse en imán de la mezquita de Yunquera de Henares, en Guadalajara, donde daba soflamas yihadistas. Finalmente viajó a Siria en 2013 para enrolarse en Daesh. Para que no hubiese dudas, en junio de 2014 colgó una foto en su perfil de Facebook del permiso que le dio el emir militar de Daesh en Homs para ausentarse del combate una semana. Meses antes, ya había colgado otra enarbolando un AK47.

Parece increíble que personas aparentemente bien integradas acaben dejando a sus familias, sus trabajos y emprendan rumbo a una muerte casi segura, en el peor de los casos y en el mejor, a una vida regida por verdaderos salvajes…

En esta célula hay casos bastante peculiares, porque hay quien viajó con su familia hasta Siria. Navid Sanati nació en Irán, pero se trasladó siendo un niño a España. Se crio en un ambiente laico, acudió a un colegio público, obtuvo la nacionalidad española en 2001 y unos años más tarde, empezó a acudir a la mezquita de la M-30 y allí comenzó su viaje al radicalismo, pese a que las cosas le iban muy bien: tenía una empresa dedicada a la explotación de negocios de hostelería, así como la elaboración y distribución de alimentos. A principios de 2013 visitó a Mohamed Amin –un imán radical– en Egipto. Cuando volvió de ese país, adoptó la decisión de abandonar España para irse allí. Sin embargo, cuando tiene lugar el golpe de estado en Egipto (3 de julio de 2013), Navid cambió su destino hacia Siria.

Dejó una vida acomodada para unirse a la yihad y además, mientras preparaba su viaje, continuaba trabajando. La buena marcha de sus negocios le permitió comprar varios pisos en Madrid y en Siria y hasta comprar algunos relojes de lujo. Cuando decidió marcharse a Siria, en abril de 2014, encargó a un imán de la mezquita que alquilase sus pisos, saldase sus deudas y se quedase con sus relojes. Además, utilizó una parte de ese dinero para financiar diferentes células islamistas. Llegó a entregar más de 50.000 euros para pagar un viaje a Siria a algunos combatientes. A finales de febrero de 2014 se marchó a Marruecos con toda su familia. Desde allí, en marzo, partieron a Turquía con destino a Siria. Y finalmente, en mayo de 2014 se tiene conocimiento de que él y toda su familia están en Raqqah, la capital del delirante y criminal estado islámico.

Y todo esto, no lo olvidemos, gracias a la labor de adoctrinamiento de algunos de los que se sientan en el banquillo de la Audiencia Nacional. Un adoctrinamiento que, según manifestó un policía en el juicio, tiene enormes paralelismos con el que recibieron los terroristas del 11-M. La mezquita de la M-30 también era el escenario donde Serhane el Tunecino o los hermanos Almallah Dabas captaron a delincuentes como los hermanos Oulad o Jamal Ahmidan. Si la célula del 11-M escuchaba las batallas que les contaba Amer Azizi –un veterano de las guerras de Afganistán– en una finca junto al río Alberche o en una peluquería del barrio de la Concepción, ésta se reunía en una pastelería de Torrejón de Ardoz o en una finca de Santa Cruz de Pinares, en Ávila, para oír a Lahcen Ikassrien. Pero hay algo aún más significativo que une el 11M y a la Brigada al Andalus… Una unión de sangre, una historia terrible.

La de Ismail Afalah. Ismail tenía quince años cuando su hermano, Mohamed, se convirtió en uno de los autores de la mayor matanza terrorista de España. Tras al explosión del piso de Leganés, Mohamed huyó y tras pasar por Bélgica, acabó en una zona de combate. El 12 de mayo de 2005 contactó con su padre y le dijo: “Papá, estoy en Irak,

perdón”. Una semana después un informante anónimo comunicó a dsu familia que “Mohamed está muerto”. La policía cree que Afalah se mató en un ataque suicida en Irak, entre el 12 y el 19 de mayo de 2005.

Pues bien, aunque parezca mentira, su hermano Ismail siguió sus mismos pasos. Fueron sus padres los que contaron a la policía cómo se radicalizó tras pasar por la mezquita de la M-30. Ismail viajó primero a Marruecos para preparar su marcha a Siria. Se entrevistó con Omar el Harchi y a su vuelta se despidió de su empresa, cobró 2.400 euros de finiquito y vía Estambul llegó a Siria, donde se enroló en las filas de Daesh.