TERRITORIO NEGRO

Territorio Negro: Bayron y Fabricio, otra violencia familiar

Hay una violencia familiar de la que apenas se habla, pero que también existe y que se ha cobrado varias víctimas en las últimas semanas: varios hombres han muerto asesinados a manos de sus parejas, también hombres. Son asesinatos que no aparecen en las estadísticas de la violencia machista, porque no pueden ser calificados así, pero existen. Hoy hablaremos de esta otra violencia familiar, la violencia intragénero, a partir de una historia triste y terrible, la de una pareja de inmigrantes ecuatorianos.

Luis Rendueles y Manu Marlasca

Madrid | 25.04.2016 17:45

Precisamente, en las últimas horas hemos conocido otro crimen en el que un hombre asesinó a su pareja, otro hombre, en Sabadell… Ocurrió el pasado sábado por la mañana en el barrio de Can Puiggener. Los Mossos d’Esquadra acudieron a una vivienda porque un vecino les llamó diciendo que había una pelea en uno de los pisos del inmueble. Cuando los agentes llegaron, encontraron herido de muerte a un hombre de 57 años. Tenía varias heridas de arma blanca, que presuntamente le había propinado su pareja, otro hombre, de 53 años, que fue detenido inmediatamente. A falta de conocer más detalles del crimen, todo parece indicar que entre los dos hombres se produjo una fuerte discusión que acabó de la peor manera posible, con la muerte de uno de los dos.

Los crímenes de violencia machista son siempre en los que un hombre asesina a su pareja, cuando ésta es una mujer. Suele haber un componente de superioridad y de abuso de fuerza. Un crimen entre dos hombres o dos mujeres que son pareja está englobado en lo que se llama violencia familiar y se denomina violencia intragénero. Luego hablaremos de ella con algo más de profundidad.

Esa pareja, Bayron y Fabricio, los protagonistas de un crimen terrible y de una historia tristísima de la que apenas ha habido noticias en los medios. Creo que solo nuestro compañero Carlos Hidalgo se ha hecho eco de este crimen en las páginas de ABC. Todo comienza, o más bien acaba, el pasado 3 de febrero a las nueve y media de la noche, cuando la policía acude a una vivienda en el número 52 de la calle Alcalde Sainz de Baranda, junto al madrileño parque de El Retiro. Allí, en una habitación de la casa está el cuerpo sin vida de Fabricio Leonel, un hombre ecuatoriano de 41 años. Estaba sobre la cama, con la cara y la cabeza machacadas a golpes y desnudo de cintura para abajo. Su compañero de piso y compatriota, Bayron, de 37 años, había llamado a la policía contando que se lo había encontrado así al llegar a casa.

Y esa escena del crimen ya le dice algo a la policía. Lo primero que llama la atención es que en la casa no hay ningún desorden, no ha habido una pelea previa al crimen. No hay cerraduras forzadas, ni nada fuera de su sitio. Todo parece indicar que la víctima ha sido sorprendida mientras dormía, que le han asesinado sin que se llegase a despertar. Y hay un detalle muy sorprendente y a la vez muy revelador: el cuerpo de Fabricio está tapado completamente, incluso la cabeza. El asesino lo dejó así antes de irse del lugar del crimen.

Y empiezan los interrogatorios. El primero en ser escuchado es el hombre que llama a la policía, el que encuentra el cadáver. Lo primero que les dijo Bayron a los agentes de Homicidios es que el fallecido era su pareja sentimental. Que convivían desde hace meses en esa vivienda, junto a una pareja de origen ruso. Bayron les contó, sin que nadie le preguntase por ello, que tenían una relación muy abierta, porque así se lo pidió Fabricio. El hombre dijo que el fallecido era muy promiscuo, que él aceptaba todas estas infidelidades porque estaba enamorado y porque era su primer amor.

La policía pone el foco inmediatamente en este hombre, sobre todo cuando le siguen preguntando y siguen indagando sobre el tipo de relación que mantenían los dos hombres. Bayron dice que Fabricio se negaba a ser controlado, que de vez en cuando incluso le pegaba y, sobre todo, hace mención una y otra vez a las infidelidades de su pareja. Narra incluso episodios concretos en los que él volvía de trabajar y se encontraba la habitación que ambos compartían con condones usados y tirados por el suelo, lo que demostraba que Fabricio había estado con otros hombres. Cuenta que al fallecido le gustaba ligar con desconocidos en el barrio de Chueca o en el parque de El Retiro, lo que hace pensar a los investigadores que el crimen puede ser obra de un amante ocasional, pero algo no cuadra en esa teoría.

Como hemos dicho antes, no hay señales de pelea, no hay desorden. Y el único objeto que echa en falta Bayron es un busto de medio metro de altura que guardaban en el cuarto de baño y que podía ser el objeto empleado como arma del crimen. No han robado nada.

La autopsia hecha el cadáver confirma que Fabricio ha sido golpeado con mucha saña, con mucha violencia. Tiene fracturas en el cráneo y en la cara y los golpes han sido propinados con un objeto romo, sin filo, macizo y con bastante peso, lo que encajaría con ese busto desaparecido. Además, en el estómago del fallecido aún hay algo de arroz sin digerir, lo que hace pensar que comió poco antes de ser asesinado. Lo primero que hace la policía es tratar de confirmar la veracidad del testimonio de Bayron, la pareja de la víctima.

Y pronto empiezan los problemas para Bayron… La policía acude al bar en el que trabaja Bayron como camarero para confirmar que la secuencia horaria del día de los hechos que les ha dado es cierta. Y los agentes de Homicidios se dan cuenta de que les han mentido desde el primer momento. Los encargados del bar le dicen a la policía que ese día llegó tarde a trabajar, aunque en una segunda versión rectifican. Todo hace sospechar que él les pidió que ajusten su testimonio al que él dio en su primera versión. Pero en esas gestiones iniciales, siguen los problemas para Bayron.

Como es habitual en estos casos, la policía le pidió a Bayron su teléfono móvil y allí encuentran algo muy curioso. Mejor dicho, no encuentran nada porque no hay ni mensajes entrantes ni salientes, ni llamadas, ni whatsapps, ni nada de nada. El teléfono está completamente vacío. Los agentes le preguntan y él dice que no tiene saldo, por eso no llama ni manda mensajes, y que tampoco tiene amigos que le llamen. La historia era poco creíble, pero es que cuando la policía pide el tráfico de llamadas de la víctima, sí constan varias comunicaciones entre él y Bayron, lo que dejaba claro que este estaba mintiendo.

Bayron es de constitución muy pequeña: de baja estatura, delgado. En una pelea no habría tenido muchas posibilidades al enfrentarse con Fabricio, así que era bastante factible que aprovechase que estuviese dormido para matarle. Los testimonios de la pareja de rusos que viven con ellos también apuntan a que mintió sobre las horas de entrada y salida de casa. Así que la policía decide detenerle, pero tardan unas cuantas semanas porque ha desaparecido de su casa, se ha cambiado de barrio y no es hasta la segunda semana de este mes de abril cuando dan con él en su nueva vivienda, en el barrio de Ciudad Lineal.

Cuenta una historia terrible, triste y, nos dicen los que la escucharon, que muy creíble. Una historia de violencia, malos tratos, abusos y humillaciones. Y sí, reconoce el crimen y da todo tipo de detalles del mismo. Cuenta que el 2 de febrero, el día antes del hallazgo del cadáver, Fabricio y él libraban –los dos trabajaban en hostelería–, así que quedaron para comer juntos en casa. Fabricio le dijo que también iba a comer con ellos un tipo al que él conocía como Elías Venezuela. Y ahí empiezan los problemas.

Bayron le dijo a la policía que cuando llegó el tal Elías, Fabricio y él se metieron en la habitación y que al cabo de unos minutos él entró. Fabricio le echó con una frase equivalente a vete a la mierda: “vete a ver si ha puesto la marrana”. Antes de marcharse del cuarto, Bayron dejó su teléfono escondido en una estantería, grabando con la cámara. Se marchó de casa y se fue a misa a una iglesia cercana, porque el hombre tiene profundas convicciones religiosas.

Bayron le contó a la policía que hacia las nueve de la noche regresa a casa y ya no hay nadie. Coge el teléfono que ha dejado grabando en la habitación y dice que durante la primera hora Fabricio y su amigo solo hablan, aunque él dice que le da rabia comprobar todas las atenciones que presta al recién llegado, ofreciéndole comida, bebida, mostrándose muy cariñoso con él, algo, dice, que nunca hacía con él.

Después, en el vídeo pudo ver como Fabricio y Elías mantenían relaciones sexuales. Bayron cambió las sábanas manchadas y se echó a dormir, hasta que su novio llegó más allá de la medianoche. Le despertó y le dijo que se levantase a hacerle la cena, aunque él se hizo el dormido y no le obedeció. Después, Fabricio le propuso mantener relaciones sexuales, a lo que también se negó.

Ese comportamiento es del de un maltratador al uso: le humilla, le esclaviza, le emplea de objeto sexual… Bayron contó que todas las noches, cuando regresaba de trabajar o de juerga, su novio le despertaba para que le preparase la cena, fuese la hora que fuese, y sabiendo que él madrugaba para ir a trabajar. La noche del crimen, el hombre cuenta que se despertó a las cinco de la mañana y se puso a recordar lo que había visto en el vídeo y un episodio del pasado, cuando Fabricio le pegó la sarna porque mantenía relaciones con algunos mendigos de El Retiro.

Leemos textualmente lo dicho por Bayron tras ser detenido: “No sé qué se me pasó por la cabeza. Me puse unos guantes de fregar, cogí la estatua y le di varios golpes”. El homicida no supo ni siquiera precisar cuántos golpes le dio a su pareja. Después, reconoció que tapó el cadáver “porque no quería verle”, según dijo, y se quedó llorando junto al cuerpo unas cuantas horas antes de salir a la calle a deshacerse del busto empelado como arma, las toallas con las que se limpió y los guantes.

El juez envió a Bayron a la cárcel acusado de asesinato, pese a la crudeza de lo que contó, entre lágrimas. Tras confesar el crimen dijo una y otra vez a su pareja que no se llevase a hombres a su casa para no sentirse humillado, pero que no le hacía caso. Es un caso claro, como decíamos al principio, de violencia intragénero.

Hemos consultado con los que saben de esto, porque es un tema que nosotros apenas conocíamos y nos dicen que hay una altísima cifra oscura. El maltrato en parejas homosexuales se vive con mucha vergüenza y apenas se denuncia. Hace un par de años de creó en Madrid un Servicio de Atención a la Violencia Intragénero, precisamente para responder a las necesidades de estos colectivos.

El único estudio que se conoce sobre la violencia intragénero y el gran referente sobre este tema en nuestro país es el de la Asociación Aldarte –del País Vasco–. Según este estudio el 59,1 por ciento de las personas que contestaron a la entrevista han sufrido o están sufriendo maltrato por su pareja del mismo género. En Estados Unidos hay varios estudios que afirman que la incidencia de esta violencia es exactamente igual a la violencia machista.

Esta violencia se manifiesta con las mismas formas que la violencia de género: deseo de control, violencia verbal, humillaciones, malos tratos físicos y, en ocasiones, como en el caso que hemos visto hoy, asesinato. Es curioso, porque según el estudio de Aldarte, al que nos hemos referido antes, los motivos de las víctimas para seguir con sus maltratadores también son los mismos: esperanza de que el maltratador vaya a cambiar, complejos de culpa…Los que saben de esto nos dicen que la violencia intragénero se encuentra en la misma situación que estaba la violencia machista hace veinte años, es decir, es una realidad que existe, pero que es invisible, aunque de vez en cuando hay casos mediáticos que la ponen sobre el tapete de la actualidad.

No es el caso de la historia que hemos contado, que apenas ha aparecido en los medios, pero sí es el caso del asesinato de un actor, Koldo Losada.

En febrero de este año Jon Andoni Ezkurdia fue condenado a 19 años de prisión por el asesinato de su marido, el actor Koldo Losada. Ezkurdia también aprovechó que Losada estaba dormido a causa de la ingesta de varios sedantes para machacarle la cabeza con una estatua –otra semejanza con el crimen de Bayron y Fabricio–. Después, estranguló a Gastón, el perro de Koldo, y se fue de casa. El jurado le consideró culpable y no se creyó la teoría de la defensa, que intentó demostrar que el homicida estaba bajo los efectos del alcohol.