TERRITORIO NEGRO

Territorio Negro: El robo de la Gioconda

Es el cuadro, la pintura, más famosa del mundo. La más visitada, la más interpretada. La Gioconda o la Monna Lisa, de Leonardo da Vinci, es la estrella de la sala más visitada del museo más visitado, el del Louvre. Casi diez millones de personas acuden cada año a sus salas y, según datos y encuestas, casi seis millones y medio de ellos pasan cada año, o intentan pasar, por delante de la Gioconda. Parte de su fama y de su éxito se debe a una historia muy propia del Territorio Negro. Viajamos a París y al verano de 1911

Luis Rendueles y Manu Marlasca

Madrid | 19.09.2017 17:06

Aquel año, 1911, iba a cometerse el robo más audaz de una obra de arte. El 22 de agosto, martes, cuando el museo abrió sus puertas (en aquellos años el Louvre cerraba los lunes), el cuadro de Leonardo da Vinci no estaba en su lugar.

Aquella mañana llegó temprano al Louvre un pintor llamado Louis Beroud, que estaba dibujando una obra que llamaría Monna Lisa en el Louvre. Él fue el primero en darse cuenta de que el cuadro no estaba allí. En aquellos años era frecuente que se descolgaran los cuadros y se llevaran a talleres para fotografiarlos o estudios para que los atendieran los sanadores, como los llamaban, y luego devolverlos a su lugar. Nos parece increíble, pero entonces cuando una de esas obras maestras se descolgaba para ir al taller, no era costumbre anotarlo ni dejar ningún resguardo de cuándo y dónde se habían llevado.

Así que la alarma tardó algún tiempo, pero acabó saltando. El cuadro no está en ningún estudio fotográfico ni taller de restauración. La policía acude al museo y encuentra el marco de la Gioconda en una escalinata. Está al lado de un cubículo de cristal que se había construido para protegerla. Y 24 horas después del robo, el gobierno francés reconoce que el cuadro ha desaparecido. Comienza el escándalo. Solo había 200 vigilantes para 400 salas y las medidas de seguridad eran más bien discutibles, lo que había propiciado algunos pequeños robos.

El Gobierno francés, supongo que avergonzado, ordena cerrar durante una semana el museo del Louvre. El caso cae en manos de un inspector de policía llamado Louis Lepine, que dirige un equipo enorme de 60 investigadores. Eran años convulsos para los museos en todo el mundo.

Siete años atrás, un militante anarquista había apuñalado un cuadro de Ingres, un pintor francés del siglo XVIII. Y en el mismo año, en 1911, un hombre, un carnicero, apuñaló con un cuchillo el cuadro La ronda nocturna de Rembrandt en el Rijksmuseum de Amsterdam. En el Louvre, tras el primer ataque anarquista a un cuadro, se había colocado un guardia exclusivamente para vigilar a La Gioconda. Pero los lunes el museo cerraba y no había vigilante en la sala. La policía de París empezó investigando entre personas que habían enviado cartas de amor, incluso pornográficas, dirigidas a La Gioconda, también en círculos anarquistas y en ambientes artísticos.

El inspector Lepine tenía dos datos. Uno, que los movimientos artísticos de vanguardia habían propuesto abiertamente explotar todos los museos, destruirlos, y empezar el arte desde cero. Todo el asunto del manifiesto futurista de Marinetti y otros. De esto podría hablar mucho Juan Adrianssens. Algunos seguidores vanguardistas habían protagonizado ataques o lo que ahora llamaríamos performances contra obras de arte clásicas. Además, la policía había detenido tiempo atrás a un joven belga empleado del poeta Apollinaire, por robar unas piezas, unas pequeñas esculturas íberas del Louvre.

Y se produce entonces la detención de Apollinaire como sospechoso del robo de La Gioconda. Y la policía francesa también llama a declarar nada menos que a Pablo Picasso. Y hacen un careo entre los dos jóvenes artistas.

El joven belga, Gery, confesó que había entregado las piezas a Apollinaire y este aseguró que dos de ellas acabaron en manos de Picasso, que las habría utilizado para pintar su cuadro “Las señoritas de Avignon”. Apollinaire fue encarcelado y Picasso fue llamado a declarar. La policía francesa hizo que mantuvieran un careo y al parecer Picasso digamos que no tuvo un comportamiento muy heroico y derrotó a su amigo, entonces parte de su pandilla. Pero de La Gioconda ninguno sabía nada. Y ambos quedaron fuera de sospechas. Aunque España volvería a aparecer en las investigaciones.

Ese 1911 en España fue un año muy convulso por la guerra de África, que se decía entonces. Gobierna don José Canalejas, que luego sería asesinado por anarquistas, y triunfa entre la gente Raquel Meller con La violetera.

Años muy complicados. Dos años atrás había ocurrido la Semana Trágica de Barcelona. Había grandes huelgas contra el gobierno, contra la guerra en Marruecos donde morían jóvenes pobres. Los que tenían algo de dinero pagaban (era legal) y se libraban de la guerra. En esos años un militar llamado Francisco Franco es trasladado a África y comienza un ascenso vertiginoso que ya sabemos cómo terminó. El caso es que dos personas son detenidas en Hendaya, en la frontera española con Francia, sospechosas de haber robado La Gioconda. Llevaban una copia, pero no el original.

El robo había saltado a los periódicos de todo el mundo. En España fueron La Vanguardia y el ABC los que más lo siguieron. Se había desatado toda una fiebre por la Gioconda. El 29 de agosto de 1911, el día que se abrió el Louvre por primera vez sin el cuadro, se batió el récord de visitantes. Iban a ver el espacio vacío que había dejado el ladrón. En España se había creado el corsé Mona Lisa, el eau de colonia Mona Lisa… El cuadro era ya un icono cuando alguien anunció que el ladrón lo había llevado a la ciudad de León.

Lo publicó la prensa española. Tuvo que desmentirlo el gobierno, claro, ante el embajador francés. También lo desmintió la escritora Emilia Pardo Bazán. Parece ser que unos periodistas de León le hicieron una broma a un compañero que no contrastó el asunto y quiso hacerse famoso con la exclusiva. Lo fue durante unos días. Hubo bromistas de mejor o peor gusto en Francia, Alemania, en toda Europa. La policía francesa analizó una novela de 1910, un año antes, en las que un misterioso autor danés que firmaba con nombre falso de Hojen, había escrito una novela titulada “Mona Lisa”. El argumento era el robo del cuadro. Algunos, como la propia Pardo Bazán, pensaron que el robo real era el de 1910 y que ahora se había robado una copia para despistar a la policía. La Gioconda siempre ha sido argumento de múltiples historias y conspiraciones, ya vemos que el Código da Vinci no fue la primera.

Pasa el tiempo, pasa aquel año de 1911, el año en que se grabó por primera vez un tango, pasa también 1912 y el cuadro no aparece, y en el Louvre se sustituye el espacio vacío del cuadro de Leonardo por una obra de Rafael.

Se especula con que el ladrón hubiera robado la Gioconda para venderlo o pedir un rescate. No hay ningún movimiento en ese sentido en el mercado del arte. Se pone en marcha a confidentes, marchantes… sin éxito. Nadie ofrece La Gioconda a nadie. La policía tampoco ve claro la idea de un robo por un perturbado enamorado de la Gioconda, estaba demasiado organizado todo; tampoco el ataque de un artista más o menos vanguardista, cuando hacían esas provocaciones los surrealistas, por ejemplo, lo hacían buscando escándalo y publicidad…

La policía francesa tiene una prueba importante, el ladrón ha dejado una huella de su dedo pulgar en el cristal que protegía a la Mona Lisa. Los agentes ya la han comparado con las huellas dactilares de todos los empleados del Louvre (ya se podía hacer en Francia). Ya entonces, como hoy, los policías sabían que el robo debía haberlo cometido o haberlo propiciado alguien que tuviera acceso fácil al Louvre. Es lo que llaman el santo, alguien de dentro que guía a los ladrones o es el mismo el ladrón.

Los empleados del museo en agosto de 1911 eran inocentes. La policía no fue más atrás y no miró a los antiguos trabajadores. Habría encontrado al culpable. Y es entonces cuando desde fuera de Francia, concretamente desde Italia, se va resolver el caso. Un anticuario llamado Alberto Geri se anunciaba en los periódicos diciendo que compraba “arte de todo tipo”

En noviembre de 1913, dos años y dos meses después del robo de La Gioconda, Geri recibe la carta de un tipo, escrita en italiano. Está firmada por Vincenzo Leonardo y le dice que tiene el cuadro de la Mona Lisa y que se lo venderá por medio millón de liras. Geri no se lo acaba de creer y acaba tendiendo una trampa al autor de la carta, al tal Leonardo. Le cita en Florencia para ver el cuadro y comprárselo.

El gran Caruso triunfaba a principios del siglo XX con, entre otras, esta ópera de Verdi. Y en Italia va a resolverse el robo del siglo XX. El ladrón, desengáñense, no era atractivo, ni inteligente, ni seductor. Escuchen cómo cae el hombre que robó la Gioconda.

Simplemente cogió un tren hacia Florencia y metió el cuadro (La Gioconda es pequeñito, mide 77 centímetros x 53) en el doble fondo de un baúl. Reservó una habitación en el hotel Tripoli e Italia, cerca de Santa María Novella, y fue a ver al anticuario. Este le pidió ver el cuadro antes de pagarle y avisó a la policía que detuvo a nuestro hombre el 10 de diciembre de 1913.

Se llamaba Vincenzo Peruggia, y lo mejor que podemos decir de su físico, lo digo por lo de si era atractivo, es que según la policía tenía las orejas proporcionadas. Peruggia era un tipo pequeñito, bigotudo, un tipo del montón, hijo de un albañil, inmigrante italiano en Francia entonces muy maltratados, los llamados macarronis. Con antecedentes por un par de hurtos menores diríamos hoy. Había trabajado, eso sí, en el Louvre, meses antes del robo. Le contrataron unos meses para hacer el cristal con el que proteger a la Gioconda de posibles ataques.

Quedan algunas preguntas en esta historia fascinante. ¿Cómo robó la Gioconda este hombre, un cristalero? ¿Qué hizo con el cuadro durante más de dos años?

Se puso la bata blanca que llevaban los empleados y simplemente descolgó el cuadro, que metió bajo su bata. Salió del museo andando, luego cogió un taxi, gracias a que un fontanero que trabajaba allí le abrió con su llave. Aprovechó que era el día que el museo estaba cerrado, algunas crónicas de la época recogen que Peruggia durmió en un armario la noche anterior. Era posible, como demostró después del robo un periodista que durmió dentro de un sarcófago egipcio en el Louvre para denunciar la mala seguridad del museo.

Peruggia vivía en un modesto apartamento en París y allí tuvo, sobre la mesa donde comía, el cuadro durante más de dos años. Según declaró luego, solo lo quitaba de la mesa cuando comía y cenaba; entonces lo dejaba junto a la leña que usaba para calentarse.

Y otra pregunta del millón, ¿por qué lo robó? Hay dos versiones. Que habría sido un robo por encargo de alguien, un aristócrata u hombre poderoso que pensaba colocarlo a algún millonario. De hecho, un falso noble argentino estafó a algunos en la época cobrándoles algunos anticipos por la Gioconda que evidentemente no tenía. Y la versión oficial, la más real, la que dio el propio ladrón, Peruggia. Fue por la patria y, como casi siempre que se usa este argumento como pretexto, fue por error.

Peruggia declaró a la policía que había robado la Gioconda para devolverla al pueblo italiano, su legítimo dueño hasta que, dijo, Napoleón Bonaparte se la había robado y llevado a Francia. Es cierto que Napoleón llegó a llevarse la Mona Lisa del museo del Louvre y la colocó durante casi cuatro años en su dormitorio. Pero el cuadro llegó a Francia los herederos de Leonardo da Vinci se lo vendieron al mismo rey de ese país, Francisco I por unas 4.000 monedas de oro.

Vincenzo Peruggia está en la lista de los diez ladrones más famosos del mundo. Peruggia fue, en efecto, condenado. Pero con una pena leve. Le cayó solo año y medio de prisión. Solo cumplió siete meses y nueve días. Volvió a Italia convertido en un héroe popular y aclamado. Luchó con su país en la primera guerra mundial. Luego se separó de su esposa y se instaló en Francia de nuevo. Allí pasó sus últimos años como dueño de un taller de pintura.